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Mostrando entradas de agosto, 2011

La memoria y el mar, Amancio Prada

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La marea, en el corazón, me zarandea como un cisne. Me muero en cada canción, de una inocencia al aire libre. Al fin un barco depende, de cómo atraque en el puerto. Mi firmamento se expande, mil años luz, en lo incierto. Soy el fantasma de luna, que sale en noches de escarcha. Para abrazarte en la bruma, y recogerte en su marcha. En la almadraba de julio, lucía un atún solitario, que parecía rezar, con las perlas de un rosario. Recuerda el perro de mar, que libramos de condena. Empeñado en enterrar las algas sobre la arena. Late allí también la vida, con su pulmón de franela. Llora el tiempo a la deriva, frío gris que nos espera. Me acuerdo de aquellas tardes, corriendo sobre la espuma, como caballos salvajes, las caricias, una a una. O ángel del placer perdido, O rumor de aquella cumbre, mi deseo y poderío son ya nostalgia de la lumbre. Diablo de...

Cuello de faro y alas de nácar

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Tenías alas en el azul de tus ojos. Varadas las alas. Se alzaban tus ojos. Tu cuello de faro. Tus alas de nácar. Me acerqué. Me dejaste. Un poco más. Cada vez más. Me incliné. Tenías tus ojos en tus alas. Tus ojos, rápidos, me escrutaban. Varado y altivo, alzabas tus alas. Me acerqué aún más. Toqué tus alas. Y sentí tu pico cortante. Afilado, me apartabas. No hablaste pero lo supe. Varado sí, ayuda, no. Me alejé. Sólo un poco. Tenía dos pequeñas heridas, que aún hoy me recuerdan tus alas. Tus ojos de alas. Tus ojos de azul. El mar. Volví a acercarme. Dejé que la cámara te mirara. Guardé la distancia exigida. Me marché. Pero me traje tu azul, tu pico, tus olas y tus alas de nácar.  Índigo, de imágenes y trazos.

Dedos, piedra, acantilados y mar

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Concentradas, las yemas de tus dedos entre el oleaje de piedras equilibristas levantaban acantilados y fundían aristas y sal. Índigo, de trazos e imágenes.

Viento y arena

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Aún no sabe tu boca de mi arena ni de la sal que derrochan tus alas cuando se desploman, ávidas, entre mis piernas. Índigo, de imágenes y trazos.

En tu ausencia de luciérnagas

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Fruncí el ceño cuando te marchaste y masqué tu ausencia, callando. ¡Yo que creí que eras eterno! Se te arrugó la sonrisa. Se me quebró hasta el llanto. Sentenciada quedé: solo tenía 10 años. Y, un buen día (ya no recuerdo bien cuándo), la absoluta certeza: en tu sentencia, el legado: luciérnagas en los ojos, candidez en las yemas, un frunce azul en el ceño, y pespuntes de agua y libélulas en las manos.   IH-2011, de imagen y trazos.

Volar

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Agrupada a tus crines, vuelo. Me yergo. Me hundo. Me tenso. Y en mi piel de harina se amasa vergel de cabellos. Índigo, de imágenes y trazos.