ÍndigoHorizonte


Cuando a la soledad del nombre que nunca pronuncio le crecen alas, mueve horizontes, arde lleno de savia y expande la mirada. Entonces, esa soledad de cuyo nombre no quiero acordarme se hace humedad, esencia, sudor. Y nácar. Yo digo: libélula. Ella dice: larva.







Cuando al vientre túmulo que ella cobija le aturden las alas, vuelve, vago, manso, suave, el machacón recuerdo lejano: morimos cada noche en lo más hondo de nuestro lecho y, algunas noches, renacemos al izarnos. Otras, en cambio, caminamos por el día como si fuésemos ese muerto que debió quedar en el lecho. Agazapado. Y llueve. Nos llovemos. De voraz llovizna y fango. 


 nuria p. serrano, ÍndigoHorizonte 2013-2016, de trazos e imagen.





Entradas populares de este blog

Carta a Josefa, mi abuela, José Saramago

Los verdaderos poemas son incendios, Vicente Huidobro

Respuesta, José Hierro

Para ser Grande, Ricardo Reis

Obsesión del Mar Océano, Mário Quintana