Todas las luciérnagas





Te amaba.
Lucían todas las luciérnagas.
Me pediste una luciérnaga.
Alcé la mano lejos.
Busqué.
Entre los árboles.
Entre el rocío.
Entre la grama.
Lejos.
Me afané.
La hallé.
Para ti.

Te amaba.
Lucían muchas luciérnagas.
Me pediste otra luciérnaga.
Icé mis ojos lejos.
Atrapé el arco iris.
Atrapé las estrellas.
Atrapé el universo.
Entero.
Para ti.

Te amaba.
Llené mis manos de luz.
Me hice luciérnaga.
Para ti.
Y quise buscar más luciérnagas.
Para ti.
No las encontraba.
Me afanaba.
Buscaba.
Lloraba.
En vano.
Ya no quedaban luciérnagas.
Para ti.

Te amaba.
Pedí luciérnagas.
Busqué estrellas.
Imploré luz.
Para ti.
Vi un destello.
Lejos.
Muy lejos.
Lo atrapé.
Te lo di.

Gozaste.
Creías tener todas las estrellas.
Todas las luciérnagas.
Me miraste.
Te miré.
Sonreíste.
Sonreí.
Y me rogaste.
Me pediste.
Me exigiste:
¡Aplasta todas las luciérnagas!
¡Apaga todas las estrellas!
Y asentí.

Te amaba.
Aplasté todas las luciérnagas.
Apagué todas las estrellas.
Para ti.
Habías amasado las estrellas
apagadas.
Atesorado las luciérnagas
aplastadas.
Acotado el universo.
Acaudalado la luz.
Y su reverso.
Pero el cielo estaba negro.
Ni una sola estrella.
Ni una sola luciérnaga.
Ni un solo fulgor.
En mí.

Imploraste más estrellas.
Exigiste más luciérnagas.
Querías otra estrella.
Todas las estrellas.
Otra luciérnaga.
Todas las luciérnagas.
Ordenaste.
Exigiste.
Reclamaste:
¡Arráncate el corazón!
Te amaba.
Me lo arranqué.
Te lo di.
Luego me puse alas
de libélula. 
Y me fui.



Fotografía y trazos: nuria p. serrano, Índigo Horizonte 2010

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