Traducir, según la RAE, del latín traducere, es "hacer pasar de un lugar a otro". Sostienen algunos que traducir es imposible, y más aún en poesía: una labor condenada al fracaso, o a la traición, como otros afirman.

En mi opinión, se equivocan ambos. Cierto que toda traducción es perfectible y no es sino una lectura y, por tanto, una interpretación. Cierto que la traducción de poesía es difícil y, a veces, inabarcable. Ahora bien, sin los puentes entre distintos idiomas, lenguajes y músicas, la comunicación sería aún más imposible de lo que ya es en sí misma. Y eso, para mí, también es así en la traducción de poesía. Hay pautas que permiten captar la música de otros. Y, en ocasiones, tenemos la dicha de verlas y plasmarlas con su nombre exacto. Pero, incluso cuando no lo logramos, el interés de una traducción digna de así llamarse -como el de la vida- no está tanto en la perfección, sino en su perpetua búsqueda.

Y ahora ya os dejo con las palabras que, en 2015, buscaban la música de la imagen de ayer. También podéis leerlas aquí. Sigamos.


Helena mueve la espalda
¿No veis el corcel que gime?
¿No oís su afilada escarcha?
Helena mueve los hombros.
Ruge su carne agitada.
Helena cierra los ojos.
Huele de la luz la daga.
Muertos amortaja Antígona.
Perséfone muerde miradas.
Calipso impávida amante
con náufragos se engalana.
Mas ya la glauca Atenea
serena y aguda y sabia 
blande su grácil templanza
y en suaves ramas de olivo
incendia cual fénix su lanza.


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