Azul cobalto
El agua cambia la dirección de la luz y distorsiona el objeto que transparenta. Las flores necesitan crepitar, sentir el viento, la lluvia, la hierba entre las raíces, el sol abrasando los pétalos. Luz distinta en cada instante. Frenesí. Tempestad. Y después de pintar los pétalos, abrirlos a la noche cobalto. Poner plumas a los pájaros para que vuelen lejanos. Luego, la esperanza: tocar la arcilla y hundir los pies en el barro. María sabía que nunca le fallaría. Ya desde la niñez, aunque corriese hacia la lluvia, en ese pasillo largo, el responso, siempre el responso, aun callado. El nido: casi 93 años. Y un libro blanco con tres líneas. María sabía. Cuando dibujo, no estoy. Solo siento. No peso. Es como la vida: ulular, olor y satisfacción, morir y renacer. Me gusta sentir el viento. Y oler a tierra mojada. La tierra es roja. El aire es azul como el agua. La tierra tiene todo. Todo es tierra. Tierra y agua. Somos tierra. Eso somos. Y luz. Pero nuestros ojos mienten. Solo podemos percibir la realidad si los cerramos. Los ojos nos traicionan. Créeme. Te puedo demostrar que lo que ves es falso. Amanecemos sin colores suficientes para pintarnos. Tú miras adentro y puedes ver la fragancia. Tú miras con el alma animal y pintas con leves trazos. Somos muy pequeños, pero el universo entero late en nuestros labios: José sabía. Subíamos por el monte un día. Yo, con mi juventud a hombros; él, ya arrastrando los años. Callados subimos, subimos muy alto. Horas y horas y horas caminamos y, al volver a casa, antes del pasillo, la mirada de José se hizo en mis ojos relámpago: el animal viejo no necesita palabras para florecer sangrando. José cuidó mi vida. Me enseñó el crepitar, el fuego, la pesca, el viento, el manantial sereno, el grito, el canto. Se marchó un día, dejándome a cargo. María cuidó de mí para que yo la cuidara. Pero hubo un tiempo, un tiempo lejano, en que María cantaba. Tal vez en ese tiempo sin tiempo, ella escuchaba a la abuela sin sayas, con la piel colgando: en las tripas, el árbol; nunca mires el envoltorio del regalo. Cuatro líneas en una: pinto sin morriñas, con los dedos, con el pincel, con los labios, con las manos. Mancho el lienzo. Te mancho la piel, las flores, la vida, el aire, la tierra, el barro, el agua, el manantial, el ala, la libélula, azul cobalto.
ÍndigoHorizonte 2020, de trazos e imagen, al compás de Compay Segundo.
ÍndigoHorizonte 2020, de trazos e imagen, al compás de Compay Segundo.
Preciosa la foto y excelente el texto... y sobre todo, el azul!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Núria.
Nuria, coincido con Josep, la foto es preciosa y el texto fantastico. Un abrazo.
ResponderEliminarLa foto es preciosa, sí. El azul cobalto -uno de mis tonos preferidos- bello, sí, pero el texto. El texto es de una belleza que invita a su relectura una y otra vez. Y es que en cada relectura se encuentra tanta y más belleza...De todo lo que has escrito durante años, lo elijo como mi preferido. Un gran y estrecho abrazo Nuria.
ResponderEliminarUn excelente duotono acompañado de un buen texto.
ResponderEliminarUn abrazo y cuidate.
Me gustaría saber. Cómo sabían María y José. Quisiera ser transparente en azul cobalto y saber.
ResponderEliminarTocar los elementos con las manos, con los labios, con los pies y sentir el sucio barro en mis tobillos.
Quisiera...
Una gran foto y un enorme texto. Un abrazo grande.
Cuantos sentimientos... Que podamos seguir sintiendo el olor de tierra mojada, el viento , pisar la tierra y ese aire azul como el agua... Y también Azul Índigo. Un placer leerte. Gracias Nuria.
ResponderEliminarBuen domingo. Cuídate.
Un abrazo.
Preciosas letras y la foto es simplemente perfecta.
ResponderEliminarBesines utópicos.-
Bella fantasia en azul, amiga
ResponderEliminarUn abrazo
Excelente texto y preciosa la fotografia con esa edicion que me encanta en azul cobalto,saludos y feliz semana.
ResponderEliminar¡Oh! El azul y este texto tan duro y sensible al mismo tiempo. Tienes el don de reflejar distintos estados con tu trazo tan poético.
ResponderEliminarGRACIAS Y BESOS.