En tu ausencia de luciérnagas


Fruncí el ceño cuando te marchaste y masqué tu ausencia, callando. ¡Yo que creí que eras eterno! Se te arrugó la sonrisa. Se me quebró hasta el llanto. Sentenciada quedé: solo tenía 10 años. Y, un buen día (ya no recuerdo bien cuándo), la absoluta certeza: en tu sentencia, el legado: luciérnagas en los ojos, candidez en las yemas, un frunce azul en el ceño, y pespuntes de agua y libélulas en las manos.
 
IH-2011, de imagen y trazos.

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