BORGES Y LOS TIGRES – Eugénio de Andrade
Lo veía avanzar sin miedo alguno;
sabía que la floresta de sombra por la que caminaba a mi encuentro era la de
los versos de Blake, y los ojos serenos, donde el tigre atemperaba el ardor de
los suyos, eran los míos, multiplicados por no sé qué espejos. Cené con Borges
y me dormí tarde, con esa voz cavernosa, a la que la ceguera aumentaba la
hondura, dentro de mí —Tiger, tiger, burning bright / in the forests of
the night…— y me desperté con la cantinela del muecín que llamaba a la
primera oración. Por la mañana, me preguntó: —¿Ha oído al muecín? —Sí,
pero fue una pena que interrumpiera mi contemplación del tigre. —Curioso:
también yo he soñado con él; me esperaba a las puertas del desierto: desde el
tigre de la alquimia china y las leyendas budistas al de mi sueño, siempre
estuvo allí, con ojos fríos. No respondí, sin coraje para decirle que no era el
mismo; que en el mundo había, por lo menos, dos tigres: el mío tenía grandes
ojos claros, y ardían.
Índigo Horizonte, de traducción e imagen.
Con mis mejores deseos para que sigamos recordando la luz
y mantengamos el sosiego.
Índigo Horizonte, de traducción e imagen.
Con mis mejores deseos para que sigamos recordando la luz
y mantengamos el sosiego.