Desierto, Al Berto
Al perder la visión, decidí ser
fotógrafo.
Lo que me llevó a tomar esta
decisión fue (tras un prolongado periodo de oscuridad absoluta) la cantidad de
imágenes surgidas en mi mente.
Primero, desenfocadas, sin
contornos ni volumen; después, poco a poco, los elementos que las componían se fueron definiendo, tornándose reconocibles.
Pude ver, al fin, lo que mi mente
creaba; y ninguna de las imágenes (al menos que yo recordase) se parecía a las
que, quizá, había visto antes de perder la visión.
Decidí pedir ayuda a C.: le
describía minuciosamente lo que pretendía fotografiar.
Si era un paisaje, por ejemplo,
le pedía que me encontrase uno en todo semejante a aquel descrito por mí.
C. pasó a ser mis ojos.
Pero C. no podía ver mi paisaje y
yo jamás sabría si el que fotografiaba era igual —o parecido— al
que yo deseaba fotografiar. Y si por casualidad describía el mismo paisaje a
B. (y no a C.) pidiéndole que, enseguida, me describiera el que veía impreso en
el papel, me percataba de que no coincidían en casi nada.
Los paisajes de C. eran, siempre,
diferentes de los míos. B. confirmaba lo que yo ya sospechaba.
A pesar de todo, continué
trabajando. Viajaba en compañía de C.; íbamos a la búsqueda de los lugares y de
las cosas que yo quería fotografiar.
De esa época, una de las
fotografías (tal vez mi preferida) era de un gran rigor y simplicidad: una carretera
se perdía en la curva del horizonte y la línea blanca de la carretera
terminaba en un punto situado en el centro de la hoja.
Entonces C. me dijo que, en uno
de los arcenes, había un árbol. No recuerdo si le había hablado
de una carretera con un árbol. Es poco probable.
Pero nada de esto tiene gran
importancia. La verdad es que yo no podía ver si había o no un árbol en la
fotografía. Y C. tampoco podía confirmar la existencia de un árbol dentro de mi
cabeza.
Cierto día pedí a C. que me
indicase cómo fotografiar la arena. Grandes extensiones de arena o de agua, de
cielo vacío.
B., al ver una fotografía de esa
serie, dijo:
—No hay aquí casi nada. Algunas
sombras, un poco de luz y formas indefinidas.
Supe, en ese instante, que todo
comenzaba a coincidir, dentro y fuera de mí.
Nunca más necesité a C. ni a B.;
me dispuse a fotografiar sin ayuda. Escogía lo que deseaba fotografiar por el
tacto o por el olfato. Apuntaba el objetivo hacia el cielo, hacia el agua, o
hacia la arena; disparaba con la certeza de que las imágenes que no veía
coincidían con las que veía.
Así, tras algún tiempo, lo que estaba fuera de mí pasó a ser igual a lo que estaba dentro de mí: Luz y Sombra.
Y fue con Luz y Sombra con lo que inicié, en el papel, la construcción de mi biografía.
Al Berto, del original, incluido en O Anjo Mudo. Índigo Horizonte 2020, de traducción en palabras e imagen. Isao Tomita, de la música.